Subiendo de dos en dos van las ánimas, escalando de dos en dos los peldaños que llevan a tu sonrisa, arrastrando rosas con sus cadenas, bailando al son de un bandoneon su canción marchita y prostituta, dejando entrever sus medias rotas, dejando volar sus palomas de petroleo. Subiendo por el cerro van, corriendo sin fe van, los desaparecidos por alergia a tu rubor, los mal paridos de tus mejillas, deformes e invisibles, suplicando por la muerte en ti, por un rayito de tu luz al final de su camino de espinas.
Subiendo hacia la luna van, cual cristo sonriente van, cargados como iquecos van, jugando a construir su camino de oxido y cenizas, labrando sus propios alaridos, jactándose de los gemidos que exhalan de sus labios, dejando un rastro de saliva y sudor que les permita volver, dichosos de aquella alfombra roja de sangre que les tejiste, orgullosos de volver al polvo, a tus pecas, a tu rostro viciado y adorable, volver a anidarse en tu frente para reposar de su esférico andar, de su vagaje con sabor a sur, varar en tus pestañas y caer, tocar el arrullo lastimero de tu piedad y reencontrarse en el comienzo, para volver a elevar las alas mojadas y seguir, contrastando el horizonte con tu frente, en huérfanos pasos, huérfanas caricias infringidas con sus propias manos.
Subiendo de dos en dos van, las ánimas lisiadas de tu bondad, jugando a ser esperanza y solaz, envestidas de un manto negro de viraje amplio, con los ojos vaciados y quejumbrosos, siempre rodeadas de carceleras hadas y unicornios, de gendarmes colorinches y arcoiris en degrade, que a costa de azotes y yagas las mantienen judíamente sometidas en su maratón, vista al frente cual caballo ingles, galopando hacia un infinito donde solo moras tú, donde cada paso adelante conserva la exquisita distancia entre mi dolor y el tuyo.
domingo, 15 de febrero de 2009
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